Cenizas: El destino de los aduladores - Pimentel en la red

Más Recientes

Nuestras Redes Sociales

Youtube-icono facebook-icono Instagram-icono whatsapp-icono Twitter-icono

Post Top Ad

jueves, 10 de abril de 2025

demo-image

Cenizas: El destino de los aduladores

Responsive Ads Here

Cenizas%20El%20destino%20de%20los%20aduladores
❝Libre-Mente❞》》》
El Necromantío del Aqueronte fue un santuario y oráculo griego donde confluían los ríos Aqueronte (la aflicción) y Cocito (los lamentos), dos de los 5 afluentes subterráneos del inframundo sombrío. En el lugar, carente de luz, las almas aparecían y flotaban para predecir el futuro, sin tranquilidad ni responso definitivo. Allí, infames o nobles, deambulaban incansablemente, entre las hondonadas profundas de la geografía incandescente del Hades.
Discutible, de aquel estuario de creencias, algo quedó claro: el mito formaría parte de la cultura y de un relato que ni lo siglos lograrían borrar. A diferencia de la historia, este no requería de principio ni fin y, en esa suerte, precisamente, sin exigencia de un veredicto, radicó su capacidad de propagarse en el tiempo. En efecto, muchas leyendas, pese al oprobio o la deshonra que puedan compartir, se niegan morir cuando los fieles y su descendencia, acuden a ellas para reavivar el sopor de la infamia o lavar las losas opacas de aquel prado umbrío entre las raíces del pasado y la eternidad de las sombras.

Aunque el infortunio cunde y expande sin preguntar, de todas las formas de desdicha, la alimentada por la ignorancia es, entre todas, la más incurable de la historia.

Los dominicanos padecimos nuestro inframundo aciago. El mito trujillista pervivió entre las emanaciones de un pequeño desfiladero y una inmensa noche de opresión política. Raíz de otra creencia poderosa, sin castigo oportuno ni reproches de justicia, se alzó triunfante, y siempre negado a perecer.

Los epígonos nostálgicos del trujillismo jamás se dieron por vencido. Las historias, despiadadas o bochornosas del sátrapa, a través de la literatura o el ensayo, muestran sesiones lúgubres donde los fantasmas de la era, como en el Hades, merodean de tiempo en tiempo, negados a la sepultura.

La imaginación trujillesca, aparte de asfixiante, fue obsequiosa y desbordante: podía ocultar el terror sangriento de “la 40” y los estertores de la silla eléctrica, mientras vestía de heroísmo “la feria de la paz y el mundo libre”. Cuando los gemidos de los torturados eran sofocados bajo la pomposidad, el boato y la complicidad de los aduladores que levantaban copas sin la más mínima reserva humana.

A contrapelo de la historia, conteniendo las ansiedades libertarias de una sociedad atenazada por el terror y el miedo, la toponimia familiar del dictador suplantaba nombres, y su riqueza personal se mezclaba sin chistar con el patrimonio público, mientras el orden totalitario infundía el pánico atroz y la disciplina del plomo.

Seis décadas después de apagarse su presencia física, la luz mortecina del trujillato se ha disipado con lentitud. La herencia, tomentosa y sanguinaria, de su estela apenas cuenta con una instancia de apelación: la nostalgia. Trampa mental y atajo psicológico que rebusca un ayer diluido en la memoria, recreando el deseo alucinatorio de retornar al lugar que jamás volveremos a pisar. No hay consuelo que repare ni anhelo que alivie la falsedad de un paraíso perdido para quienes -como el minotauro de Borges- extraviaron el sentido de su propia existencia con la resignación que impone el olvido. Porque los fantasmas no son únicamente producto de las cabezas incultas; obedecen también a la ciega añoranza de aquellos que, negados a darles sepultura, les permitieron deambular por los confines borrosos de la antihistoria.

A sangre, fuego y tortura, la maquinaria trujillista discurrió sin respetar los límites del dolor ajeno. Toda disensión equivalía a la humillación, la bárbara expropiación, el destierro, la degradación familiar y personal o, como mínimo, la cárcel o el foro público que, contra los infortunados, montaban los íncubos del régimen criminal.

Sus vástagos vivieron a la distancia mental de los centros (ergástulas) de torturas y de los muros grises de los cementerios mudos, intentando enajenar la memoria, arropada por el manto manchado de la impunidad. Nunca hubo una comisión de la verdad, justicia que restaurara, al menos, con migajas de perdón, a tantas vidas rotas, familias ultrajadas y biografías destrozadas por la furia de la represión.

Aunque seis décadas parecen suficientes para conjurar la baba rabiosa de una tiranía incomparable, falta por enterrar las cenizas del oprobio y las cicatrices que marcaron generaciones completas, algunas de ellas para siempre.

Las tiranías crueles, como las enfermedades contagiosas, infectan, propagan gérmenes y dejan secuelas. Descendientes de torturadores buscan en vano reivindicación, escribir sobre páginas ensangrentadas y obtener perdones que nunca merecerán…


CC_20230525_074432Por: Ricardo Nieves,-
@nieves_rd
@doctornieves
nievesricardord@gmail.com

printfriendly-pdf-button-nobg

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pages