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lunes, 13 de octubre de 2025

De la Madre Teresa a Maria Corina, tamaña osadía

❝Porque de la abundancia del corazón habla la boca. Engaña el corazón al hombre, y perverso es su proceder.❞ (Jeremías 17:9)

Es una escena casi kafkiana: un comité que históricamente ha distinguido a quienes trabajan por la paz decide otorgar un Nobel a alguien cuyo currículum político está lleno de confrontación, polarización y llamados a actores externos para intervenir en su propio país. El rostro elegido: María Corina Machado. La osadía no es solo colosal; es ofensiva. Es como colocar una antorcha encendida dentro de una biblioteca: el simbolismo es evidente y la advertencia implícita.

Contrastemos: La Madre Teresa de Calcuta, nacida Agnes Gonxha Bojaxhiu, dedicó su vida a los desposeídos, a los enfermos, a quienes nadie veía ni escuchaba. Vivió en los barrios más pobres de Calcuta, recogió cuerpos enfermos de la calle, lavó heridas y alimentó cuerpos y almas. Todo sin buscar notoriedad, sin pedir aplausos, sin diseñar estrategias de marketing político. Su nobleza radicaba en la coherencia entre palabra y acción, en la entrega silenciosa, en la compasión que se traduce en hechos concretos. Su paz era práctica, tangible, real.

Ahora, echemos un vistazo a Machado: política venezolana, oposición dura, figura polarizante, cuya “lucha por la democracia” incluye incitación a bloqueos económicos, manifestaciones que derivaron en saqueos y, según registros públicos, solicitudes explícitas de apoyo de gobiernos extranjeros, incluyendo líderes internacionales como el entonces primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el expresidente argentino Mauricio Macri, en búsqueda de presión sobre su país. El objetivo no era aliviar el sufrimiento de su pueblo, sino desgastar al gobierno y allanar el camino hacia su ambición personal: la presidencia de Venezuela. Todo legal, sí; pero moralmente problemático si se pretende presentar esto como “paz”.

No se trata solo de Machado, detrás de este intento de galardonar lo incongruente están plataformas mediáticas internacionales, think tanks políticos y aliados geopolíticos, que han amplificado su mensaje y blanqueado su figura, presentándola como un símbolo de paz y resistencia, mientras que en la realidad el país sufría mayor división, sanciones y conflictos sociales. Es un montaje de coherencia aparente, una narrativa cuidadosamente construida que pone el maquillaje de “pacificadora” sobre actos que, en términos prácticos, han sido polarización y confrontación.

El premio Nobel de la Paz, en este contexto, deja de ser un reconocimiento a la virtud y se convierte en una herramienta de marketing político internacional. El comité, al menos con este gesto, parece decirle al mundo: “Aquí está alguien que simboliza la paz… créanlo, aunque sepan que no es cierto”. La osadía reside no solo en Machado, sino en quienes sostienen la farsa: los medios, los gobiernos externos, las plataformas que la impulsan. Tratan a la opinión pública como si fuéramos incapaces de diferenciar entre la verdadera entrega desinteresada y la ambición disfrazada de altruismo.

La Madre Teresa no necesitaba aplausos; su paz se practicaba en silencio. Machado necesita el reconocimiento global, el aplauso mediático, la legitimación internacional. La diferencia no es pequeña; es abismal. Teresa curaba cuerpos y almas; Machado moviliza resentimientos y expectativas políticas. Teresa construía paz; Machado construye narrativa. Teresa ofrecía consuelo; Machado exige reconocimiento. La distancia moral entre ambas mujeres es tan amplia que ningún Nobel debería intentar rellenarla con un laurel.

“Y no os maravilléis de esto: porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.”  Juan 5:28‑29

El mundo necesita ejemplos de entrega, no de ambición disfrazada. Necesita coherencia, no marketing político. Necesita paz practicada, no proclamada. Y sobre todo, necesita reconocer que hay actos que, aunque envueltos en discursos grandilocuentes, jamás alcanzarán la luz de la verdadera paz mientras se alimenten de divisiones, polarización y apoyo externo estratégico. La verdadera osadía moral consiste en ver esa distancia y no intentar confundir al mundo con laureles vacíos.

Por: Bienvenido Checo,-
@BienvenidoR_D
@bienvenidocheco
bienvenidocheco@hotmail.com
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