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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Costa Rica no es coartada para el apagón del AILA

En República Dominicana ya se ha vuelto costumbre que, cada vez que un fallo grave estalla frente a los ojos de todos, la maquinaria justificadora del gobierno —esa mezcla de voceros oficiales, opinólogos alquilados y medios complacientes— corra a fabricar paralelismos internacionales para diluir culpas, la línea es clara: si algo sale mal aquí, la orden es encontrar dónde “también pasó” afuera para así disfrazar la incompetencia local de accidente global.
El más reciente episodio de este guion lo protagoniza el apagón general del Aeropuerto Internacional de las Américas, José Francisco Peña Gómez (AILA), ocurrido el pasado 21 de septiembre. Un fallo interno en la red eléctrica de la concesionaria AERODOM dejó durante nueve horas a la principal terminal del país procesando pasajeros como si se tratara de un mercado improvisado. Más de veinte vuelos afectados, cientos de viajeros varados en pasillos calurosos, comercios paralizados y la imagen internacional de un país que presume “marca-país” convertida en caricatura.

La Comisión Aeroportuaria, obligada por la evidencia, sancionó a AERODOM con cinco millones de dólares en compensaciones y ordenó una reestructuración urgente de su sistema eléctrico, es decir, no hubo espacio para la muletilla oficialista del “eso le puede pasar a cualquiera”, aquí hubo responsabilidad concreta, falla de supervisión y una gestión privada que dejó al desnudo la fragilidad de la infraestructura dominicana.

Pero como siempre hay un “salvavidas narrativo”, los justificadores se atreven a aferrarse al suceso ocurrido la madrugada del miércoles en Costa Rica, cuando el Aeropuerto Juan Santamaría y el Daniel Oduber quedaron sin operaciones durante unas cinco horas por un fallo en el sistema de radar, ahí mismo los opinadores de turno encontrarian la comparación perfecta: “¿Ven? También en Costa Rica fallan los aeropuertos. No critiquen tanto”.

Lo que callan, y es lo esencial, es que los dos casos no son ni remotamente equiparables.
En el AILA falló la propia instalación eléctrica de la concesionaria, con un circuito de respaldo que no funcionó, y con pasajeros hacinados en salas sin aire acondicionado ni servicios, la pista y la torre siguieron funcionando, pero el corazón de la terminal colapsó porque simplemente no había previsión.

En Costa Rica, lo que falló fue el radar
Un componente vital del control aéreo. por protocolos internacionales de seguridad, se cerró el espacio aéreo nacional mediante un NOTAM y se suspendieron vuelos durante unas cinco horas, hasta restablecer el sistema, fue una medida precautoria y transparente: se explicó el fallo, se restableció el servicio y se abrió una investigación técnica. No hubo excusas infantiles ni intentos de disfrazar el error con retórica política.

Las diferencias son de fondo y de forma. 
Mientras en Santo Domingo la excusa oficial se amarra a un “accidente fortuito” y se minimiza la incomodidad de miles de pasajeros, en Costa Rica se aplicó el principio de seguridad primero, sin ocultar la magnitud del fallo. Allá el incidente fue nacional, pero gestionado, aquí fue local, pero caótico.

Y sin embargo, los altavoces del gobierno dominicano intentan vender la ficción de que ambos casos son hermanos gemelos; “si le pasó a Costa Rica, ¿por qué tanta crítica al AILA?”, la respuesta es sencilla, porque en un caso hubo negligencia empresarial sancionada, y en el otro, un fallo técnico tratado como corresponde, porque una cosa es un evento inevitable de radar y otra, muy distinta, es una terminal que no tiene cómo encender sus propias luces.

El problema no es que en República Dominicana ocurran fallas técnicas; el problema es la cultura política de encubrimiento, de justificación automática, de medios que prefieren maquillar antes que cuestionar, el gobierno quiere hacer creer que el ridículo internacional del AILA es parte de la normalidad mundial; y no lo es.

Costa Rica no es coartada. 
Es contraste, un espejo donde se refleja, de manera cruel, la diferencia entre un país que enfrenta un fallo con protocolos y otro que se limita a encender la propaganda para tapar sus vergüenzas.

En resumen; lo de Costa Rica fue un tropiezo técnico; lo del AILA, un apagón con hedor a desidia, y pretender igualarlos es como comparar un resbalón en la acera con una caída libre desde un quinto piso, pero claro, para los justificadores profesionales del oficialismo, todo cabe en el mismo saco mientras sirva para lustrar la imagen.
Con tal de defender al gobierno, son capaces de jurar que la oscuridad es una nueva política de ahorro energético, que los pasajeros sudando en fila son parte del “turismo de aventura” y que las maletas varadas son un innovador programa de “viaje lento”, una tragicomedia caribeña donde los sinvergüenzas no solo apagan la luz, sino que encima nos quieren vender la penumbra como modernidad. 

Por: Bienvenido Checo,-
@BienvenidoR_D
@bienvenidocheco
bienvenidocheco@hotmail.com
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