❝Libre-Mente❞》》》
Nuestra caída sigue siendo épica. Estrepitosa. Los estudios, nacionales e internacionales, lo repiten hasta el cansancio. Son incontables las veces que nos han evaluado, y -apena decirlo- el resultado ha sido siempre el mismo: un fracaso.
Cada diagnóstico es tan desconcertante como frustratorio. Habilidades y competencias aparte, las Pruebas Nacionales desnudan una realidad perturbadora. Denuncian, descarnadamente, la sintomatología completa de nuestra mayor patología social, la ignorancia. Corroboran, con bastante frialdad, la ineptitud del modelo de enseñanza para disciplinar el aprendizaje primario, soporte básico del pensar.
Plagado de debilidades y limitaciones, ningún sistema educativo puede, por sí mismo, superar su degradación intrínseca. Desatando así una cascada de sinsabores y malestares sociales incalculables.
¿Dónde está el punto crítico que obstaculiza la transformación? En la mala política. En la visión pasajera y coyuntural de nuestros gobernantes, que no han querido o no han podido descifrarlo. Como sea, la indiferencia plantea un estrecho horizonte de interpretación que estorba el presente y atrofia el porvenir de la nación.
Sin necesidad de rebuscar mayores datos ni recurrir a los archivos irritantes de las comparaciones, las Pruebas Nacionales (2025) comprobaron, nueva vez, el descarrilamiento sociocultural que padecemos.
¿Como entender que el 47% de los alumnos -promovidos- no posea dominio elemental en aquellas asignaturas que, durante su formación, supuestamente superaron?
El Centro de Investigación en Educación y Desarrollo Humano (CIED-HUMANO) de la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) ratificó el descalabro. La mitad de los estudiantes “pasó de curso”, careciendo de los conocimientos mínimos requeridos en las asignaturas fundamentales, y tan sólo un 22% pudo lograr el nivel “satisfactorio”.
El 54% obtuvo resultado insuficiente en Matemáticas, el 50% en Ciencias Sociales, el 43% en Ciencias Naturales, y otro 42% reprobó Gramática. Quienes obtuvieron entre 85 y 87 puntos en sus respectivos centros educativos, promediaron apenas 57 en las Pruebas Nacionales. Encima de tantos males, el 36% no alcanzó siquiera un desempeño mínimo en ¡ninguna de las cuatro materias fundamentales!
¿Qué genera este dislate? La respuesta parece sarcástica. Para evitar la repitencia y abultar el número de “promovidos”, el sistema falsea los resultados, vale decir, propicia un disparate. La incapacidad, pues, no es exclusiva de los estudiantes. La miseria cognitiva es sistémica: Arranca con los grados iniciales, involucrando a los docentes que, desenfocados, profundizan el rumbo errático del modelo fallido, adocenado.
Furtivamente “acreditados”, desprovistos de conocimientos ordinarios, alumnos y profesores restan valor al esfuerzo y banalizan los rigores necesarios. Asumen que, en la práctica, la seriedad del compromiso permite el relajo...Vacíos de habilidades y competencias suficientes son, de forma arbitraria y visible, “aprobados”. De hecho, el esquema representa el fenómeno genuino del autoengaño: Encubre al educador incompetente, corrompe impunemente al estudiante y miente a la sociedad de forma evidente. Catastrófico, el resultado es consecuencia de la mentira y del embaucamiento generalizado.
La farsa parte con el educador y el desempeño disfrazado, desnaturalizando su obligación y haciendo polvo cualquier indicio ético-ciudadano. Pese a ser injusta, la simulación estandariza la ilegalidad, sin reparos.
Nuestro dilema educativo, crónico y peculiar, flaquea en tres pilares esenciales. La metodología arcaica, la politización clientelar y, víctima de la inercia permanente, la precaria formación del docente. Al compás de estas falencias, la misión pedagógica describe una odisea que premia la dejadez y estimula la pereza. Huérfano de las destrezas primordiales, cada esfuerzo transformador termina abortado. Desprestigia el conocimiento, entumece el estado de ánimo...
Desde los niveles iniciales y primarios, la encrucijada desperdicia los estímulos tempranos; después, marginados de la preparación indicada, promueve a quienes no se considerarán meritorios de ningún lauro.
Refrendado por las neurociencias, sabemos que el lenguaje reconfigura la inteligencia, y esta, a su vez, al cerebro; en conjunto, definen el modo en que accionamos y nos enfrentamos a la vida. No podemos pensar sin lenguaje. Nuestro cerebro infantil, oriundo del paleolítico (hace más de 200 mil años), llega sin saber hablar.
Algo que tardó miles de años, alcanza, en una década, la madurez plena: Lenguaje entero, sistema nervioso regulado mediante órdenes formadas de palabras, controlar ciertas emociones y descubrir el talento innato. Talento que, a la postre, revelará la suma total y el rasgo definitivo de la inteligencia integral.
Las Pruebas Nacionales aquí, tienen poco que agregar…

@nieves_rd
@doctornieves
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