❝Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.❞
2 Timoteo 4:3-4
Un anuncio celestial en tiempos de infierno terrenal
Mientras las guerras se multiplican, los genocidios se transmiten en directo y el ruido de las bombas borra el llanto de los niños, el Vaticano ha decidido iluminar los titulares con una noticia singular: la Virgen María no puede ser considerada “corredentora”.
El pronunciamiento, emitido por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, declara que la Madre de Jesús no comparte con Él la potestad de salvar a la humanidad, la salvación "reitera el texto" pertenece únicamente a Cristo.
Una afirmación teológicamente correcta, pero políticamente oportuna.
El anuncio llega en medio de una coyuntura mundial marcada por la barbarie: Gaza convertida en escombro, Ucrania en campo de ruinas, África en desplazamiento perpetuo y una humanidad que parece resignarse a contemplar su propio derrumbe.
Y justo entonces, la Iglesia irrumpe con un tema de fe, un asunto que, sin ser banal, logra apartar la atención de los infiernos reales.
El poder y la fe: una alianza de siglos, no es una especulación moderna.
La historia registra múltiples episodios donde la jerarquía católica usó su influencia religiosa para mantener el orden político o distraer de conflictos terrenales, por poner ejemplos:
Desde las cruzadas que asesinaron en nombre de Cristo, hasta la conquista del llamado “Nuevo Mundo”, donde los conquistadores entraban a los templos indígenas portando cruces y espadas al mismo tiempo, la Iglesia sirvió de sello divino para justificar la expansión y el saqueo.
El México posrevolucionario, donde la Iglesia pactó con el Estado para conservar su influencia sobre la población y estabilizar el nuevo régimen, en nuestra República Dominicana, era de Trujillo: la institución eclesial fue soporte moral del régimen, legitimando al dictador como “elegido de Dios” mientras se suprimían libertades y se asesinaban opositores.
El patrón es claro: la fe como instrumento de gobernabilidad, la religión, en su dimensión institucional, ha funcionado como una extensión del poder, no solo espiritual sino político.
La precisión teológica como instrumento mediático
La nota vaticana argumenta que los títulos de “Corredentora” o “Mediadora de todas las gracias” no ayudan a la claridad de la fe, porque oscurecen el papel exclusivo de Cristo, hasta ahí, una aclaración doctrinal.
Pero el momento escogido no es inocente.
Mientras los organismos internacionales titubean ante el horror y las potencias redibujan fronteras sobre los cadáveres, el Vaticano ofrece un debate semántico sobre María.
En términos teológicos, un detalle; en términos comunicacionales, una maniobra maestra de distracción.
El símbolo que todo lo calma
María encarna lo que el mundo necesita cuando la realidad duele: consuelo, pureza, esperanza, es el rostro más dulce del catolicismo y el más universal de sus símbolos.
Nadie discute a María, nadie pelea con una madre.
Por eso, colocarla en el centro del debate global es un movimiento hábil, el pueblo se emociona, los medios se ocupan, los políticos respiran, el tema es inofensivo, pero ocupa espacio y, en la lógica del poder, lo que ocupa espacio quita foco, la devoción sustituye a la indignación, la plegaria reemplaza al análisis y, el humo sagrado vuelve a nublar la mirada.
La historia es testigo de cómo la jerarquía eclesiástica ha lavado la sangre del poder con las aguas benditas de la fe, desde las cruzadas que asesinaron en nombre de Cristo, pasando por las bendiciones a los conquistadores que arrasaron pueblos enteros, hasta los silencios cómplices frente a dictaduras y genocidios, la Iglesia ha sabido purificar al verdugo con incienso y ritual.
Cada época tiene su altar y su justificación divina.
Cuando los imperios tambalean, el Vaticano aparece como mediador moral, cuando la culpa política desborda, la liturgia la absuelve y, cuando el horror se vuelve insoportable, una nueva devoción florece para calmar conciencias.
Así fue antes, así parece ser ahora, la teología como mercadología.
En tiempos saturados de información, el Vaticano domina un arte que pocos igualan, el de convertir el dogma en noticia.
Conoce los tiempos mediáticos, el efecto de cada gesto y el alcance de cada palabra, el comunicado sobre María no solo define doctrina; también reconquista visibilidad en una era donde la Iglesia compite con algoritmos, influencers y gobiernos por un minuto de atención.
El resultado es doble, por un lado, reaviva la identidad católica y devuelve protagonismo simbólico, por otro, diluye el foco crítico en torno a las atrocidades que deberían ocupar la primera plana, mientras los niños mueren bajo los escombros, el mundo discute si María comparte o no el título de corredentora.
El creyente, no el culpable, la fe del pueblo no está en juicio.
El creyente común no manipula, cree, busca alivio en lo divino porque el mundo lo hiere y, esa sinceridad es precisamente lo que hace tan eficaz la estrategia: cuanto más auténtica la fe, más fácil dirigir su mirada.
La responsabilidad recae en quienes, desde los púlpitos y los despachos, usan la espiritualidad como cortina o amortiguador político, ellos saben que la religión moviliza multitudes con una eficacia que ningún ministerio de propaganda podría igualar.
Una jugada milenaria, la Iglesia no improvisa.
Sabe cuándo hablar, qué decir y cómo medir el eco de sus palabras, por eso, cuando el planeta tiembla y el poder necesita un respiro, aparece un nuevo tema celestial que reordena el aire y reeduca la emoción.
Esta vez, llego el «El turno de María»
No como madre intercesora, sino como símbolo funcional de distracción, su turno llega justo cuando el mundo parece a punto de quebrarse, y el Vaticano "con la serenidad de quien ha visto caer imperios" vuelve a administrar la fe como anestesia.
❝Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas. Porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades.❞
Apocalipsis 18:4-5
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