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jueves, 20 de noviembre de 2025

Fósiles ideológicos: La nueva fascinación autoritaria

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Reaparecieron aclamados, como sucede cada vez que el desatino vence a la lucidez. Cegados por ambiciones despóticas, entre medias verdades y soberbias mentiras, su narrativa carece de límites claros. No están repitiendo la historia; murmuran los ecos de un pasado que, para ellos, es irrenunciable, y sueñan con verlo desenterrado. Sin huellas de arrepentimiento ni avergonzados por un ayer que aún rememora la desolación y el colapso. Ensimismados, retornan como si las ruinas fueran altares de celebración.
Además de compleja, la sociedad posmoderna es una mezcla densa de confusión. Del embrión italiano, con padrinazgo español, algunos intentan lavar el horror del nazismo totalitario. No requieren botas, camisas negras o indumentarias pardas; sin disimulo, vuelven a la carga. Con atuendos democráticos y una desgastada esvástica, reinventan su carta política y, con latente cinismo, hablan como heraldos de la libertad y la palabra.

Ni Kafka habría imaginado una metamorfosis tan insolente, intempestiva y alucinatoria. Los monstruos ya no nacen -como entendía Gramsci- de la transición entre lo viejo y lo moderno, sino de la teatralización delirante de la apariencia y de la burda manipulación del pensamiento. Tener razón, ahora, no basta. Para todo lo demás están las redes sociales: la tecno-monarquía descomunal que cuenta con el mejor armamento emocional de la historia.

Mas allá del marco ideológico, en clave posmoderna, Wendy Brown lo denomina “neoliberalismo con esteroides”: régimen donde consumidores embelesados disfrutan a gritos las novedades hipertrofiadas y el inagotable frenesí del espectáculo.

Despreocupada en sus objeciones y perezas, la historia envía señales, nunca lecciones completas. La desmemoria y la ingratitud son consustanciales a nuestra naturaleza. Una gran parte del mundo duerme, igual, al otro lado de la pared de la historia. Interpretar qué sucede hoy corresponde a quienes permanecen despiertos, sabiendo que los indiferentes y los desarraigados entrañan mayores peligros que el griterío visible y furioso de los fanatizados. Bastaría mirar su gesto, examinar el discurso y rastrear la fuente donde abrevan: el lenguaje de los fascinados es temerario, providencial y se proclama purificador.

Los actos del habla -sostiene John Searle- crean y modifican el mundo. Un lenguaje dañado -envuelto en sedas o en harapos- devalúa lo poco subsanable que aún le queda a lo humano. El autoritarismo está de moda.

Ceniciento y redoblante, su mensaje neofascista atraviesa redes y paredes en bocanadas globales.

Desbordante, el encantamiento autoritario ha recuperado aliento propio, sin imitar los jadeos doctrinarios del pasado. Libre de metáforas y ornamentos, desempolvó las páginas crujientes de un discurso fosilizado y de su legado intransigente.

Muchos males están relacionados con el desarraigo. Enfrentamos un notorio vacío ideológico y una falta sensible de techo político. Incómoda confesión que no invalida otra verdad desagradable: la democracia ha perdido buena parte de su confianza y de su histórico compromiso…

¿Justifican, entonces, las deudas democráticas pendientes, esta fascinación autoritaria y ardiente? Comúnmente, quienes abjuran de la razón optan por una creencia absolutoria o por una mentira conveniente. Thomas Mann lo advirtió con claridad: bajo la promesa de enderezar al mundo, “los fascistas volverán en nombre de la libertad…”

Sus retazos son inconfundibles, las antorchas incendiarias regresan con arengas como: “elites globalistas, enemigos del pueblo, demonizaciones progresistas, misoginia al descubierto, en nombre de la libertad, la nación, la lealtad…”

Hipnotizadora y patética, la tragicomedia germánica es evocadora: Alternativa para Alemania (AfD) es la segunda fuerza política y la primera en diferentes regiones del país. Su columna vertebral -parodiando un fantasma viviente- descansa en la población más joven y rebelde. Bandera que se alza en el mástil del autoritarismo emocional, el odio calificado, la polarización radical, el insulto y la violencia, hasta ahora, verbal.

El autoritarismo ha cruzado de un umbral incierto a la inminencia del peligro real. Entre marchas y consignas, atraído por la fascinación, encandilado por la alucinación de un caudillo mesiánico, con el puño levantado, la diestra inconfundible y el sello ultrapersonalista de aquellos sueños dorados…y deshechos.

Contra la dialéctica del entendimiento, con desencajada exaltación, cada día, aquí se invoca la mano del déspota (decapitado), más de sesenta años después de su sangriento reinado. Fantasear de forma excesiva puede volverse una ensoñación patológica, difícil de contrarrestar, y absurdamente contagiosa… 

Por: Ricardo Nieves,-
@nieves_rd
@doctornieves
nievesricardord@gmail.com

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