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sábado, 1 de noviembre de 2025

La paz que mata

❝Porque curaron la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz.❞
Jeremías 6:14. 
Últimamente, todo el mundo habla de tierras raras, estos minerales estratégicos que mueven economías, guerras y discursos, todos las buscan, todos las codician, y cada potencia presume de tener control sobre alguna, lo curioso es que ahora también apareció otro recurso escaso: la paz. Una paz tan rara que se celebra mientras se bombardea. 

«Porque ahora la paz también tiene mercado, cotiza en titulares, se premia en Oslo y se vende con foto firmada en Washington, el presidente Trump, el empresario que convirtió la política en espectáculo y la tragedia ajena en mercancía, se anota su propia joya mineral, un acuerdo “histórico” entre Israel y Hamás, firmado sobre las ruinas de Gaza y envuelto en papel de Nobel de la Paz para el 2026.» 

Desde hace semanas, se vende al mundo la imagen de un “acuerdo histórico” entre Israel y Hamás, presentado como el inicio de una nueva etapa, un papel firmado en medio de ruinas, con promesas recicladas y titulares listos para los noticieros. 

Entre los 21 puntos del plan que lo sostiene se mencionan el alto al fuego, el retorno de desplazados y el intercambio de rehenes. En teoría suena razonable; en la práctica, Gaza sigue bajo fuego, los cuerpos siguen apareciendo y el supuesto alto al fuego se traduce en pausas para recargar municiones. 

Los gazatíes siguen muriendo todos los días, como para que no olviden quién manda, se habla de paz, pero lo que hay es control; se habla de reconstrucción, pero lo que queda es polvo. Netanyahu continúa los ataques con la misma rutina de siempre, y el mundo «ese que aplaude desde lejos» necesita creer que todo va bien porque alguien firmó un documento con la palabra Peace en letras grandes. 

Así se fabrica la paz moderna, una mercancía rara, costosa y tóxica, útil para limpiar culpas y llenar discursos, mientras los escombros siguen acumulándose, Gaza no necesita esa paz; necesita que dejen de matarla en nombre de ella. 

El llamado “plan de 21 puntos” no es más que un libreto de relaciones públicas, un documento diseñado para los medios, no para los muertos, cada punto está construido con palabras correctas, pero vacío de contenido real, se habla de “reconstrucción” sin mencionar quién destruyó; de “diálogo” sin reconocer quién impuso el silencio; de “derecho al retorno” mientras se amplían los asentamientos. 

A eso lo llaman paz. 
Una paz redactada en inglés, sellada con intereses y firmada sobre los escombros, en Gaza no hay negociaciones, hay instrucciones, no hay tregua, hay administración del castigo, lo que se vende como un acuerdo es en realidad un calendario de control, un guión para mantener la ocupación sin nombrarla. 

El gobierno israelí bombardea con impunidad mientras declara no ser genocida, las cámaras captan las reuniones en salones climatizados, pero nunca enfocan las morgues improvisadas y, los que dicen buscar la paz siguen financiando al agresor, porque la “seguridad de Israel” es más rentable que la vida de los palestinos. 

Nada ha cambiado, excepto el decorado. 
Antes se hablaba de “operaciones de defensa”; ahora se llama “mantenimiento del acuerdo”, el resultado es el mismo: niños mutilados, ciudades arrasadas y un pueblo condenado a sobrevivir sin territorio, lo único nuevo es el lenguaje: las bombas ya no matan, “neutralizan”; los desplazados no huyen, “se reubican”; las víctimas no mueren, “colateralizan”. 

Esta es la paz del siglo XXI. 
Diplomática en los comunicados, letal en el terreno, se impone con drones, se certifica con firmas extranjeras y se celebra con discursos vacíos mientras Gaza sigue sangrando. Lo que se firma en los salones no es un acuerdo, es una coartada, una puesta en escena para que las potencias digan que hicieron algo, mientras aseguran que nada cambie, Gaza sirve como vitrina de ensayo: allí se prueba cómo administrar el horror con un lenguaje aceptable, se le da formato de “paz” a lo que en cualquier otro contexto sería crimen. 

El objetivo no es detener la guerra, sino domesticarla. Hacerla digerible, que el mundo vea cadáveres, pero los entienda como parte de un proceso, que la indignación dure lo justo para no interferir con los negocios, la industria militar no descansa, los contratos de reconstrucción ya están firmados y la diplomacia sonríe ante las cámaras, porque la narrativa está bajo control y, los asesinatos y destrucción sustentan el negocio. 

Mientras tanto, los palestinos siguen donde siempre, resistiendo entre ruinas, aprendiendo que el valor de su vida depende de los titulares, no de la justicia, que la “paz” sólo llega cuando los poderosos deciden tomarse una foto y, que el mundo, una vez más, prefiere una mentira ordenada a una verdad incómoda. 

En tiempos donde todo se mide por impacto mediático, la paz se volvió un trofeo más, no importa cuánta sangre corra, mientras alguien pueda decir que la detuvo, Gaza no necesita más discursos ni planes de 21 puntos, necesita que dejen de convertirla en un experimento. 
Porque esta, la tan celebrada, la tan aplaudida, es la paz que mata. 

“Y buscarán la paz, y no la habrá.” Ezequiel 7:25

Por: Bienvenido Checo,-
@BienvenidoR_D
@bienvenidocheco
bienvenidocheco@hotmail.com
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