Hasta hace nada, Ahmad al Sharaa "más conocido como Abu Mohammed al-Jolani" era el rostro de la guerra santa en Siria, el enemigo público número uno de Occidente y la cabeza por la que Estados Unidos ofrecía hasta 10 millones de dólares, “vivo o muerto”. Su nombre sonaba en los partes del Pentágono junto al de al-Qaida, y su imagen era la del fanático que había que erradicar del mapa.
Hoy, el mismo hombre posa sonriente en la Casa Blanca.
De “terrorista” a “líder pragmático”, de prófugo a invitado oficial, de ser perseguido por la CIA a recibir elogios del presidente estadounidense, que lo describe como “un tipo duro” y, para rematar la farsa, añade: “Me cayó bien”.
Nada cambió en su pasado, ni en sus métodos, ni en los informes que lo señalaban, lo único que cambió fue el interés de Washington, a partir de ahí, la narrativa se reescribió a velocidad de rayo, el monstruo dejó de ser monstruo; el extremista, de pronto, resultó ser un “aliado útil”, el manual de los medios se ajustó de inmediato, donde antes decían “yihadista”, ahora dicen “figura clave en la estabilidad regional”.
La hipocresía no es un accidente, es política exterior.
Cuando conviene, se borran los pecados; cuando no, se fabrican, los mismos que ayer gritaban “guerra contra el terror” hoy hacen fila para tomarse la foto con el que, según sus propias palabras, representaba el mal absoluto. No hay vergüenza, ni pudor, ni siquiera disimulo.
La prensa acompaña el espectáculo con la docilidad habitual: ediciones especiales, análisis “equilibrados” y titulares que parecen redactados por los asesores de imagen del propio al-Jolani, de pronto ya no es el jefe de un grupo con vínculos a al-Qaida, sino un “actor clave en la reconstrucción siria”, una vuelta de guion digna de Hollywood, con alfombra roja incluida.
Así se maneja la moral en la geopolítica moderna, quien está con ellos, es bueno por definición; quien no, recibe todo el estiércol mediático que haya disponible, la limpieza o la condena no dependen de hechos, sino de conveniencia y, la Casa Blanca, maestra en ese arte, convierte criminales en socios y no-socios en demonios con una facilidad que roza la obscenidad.
En el fondo, lo que cambia no es el hombre, sino la historia que se cuenta sobre él, Al-Jolani sigue siendo quien era; lo que cambió es la cámara que ahora lo enfoca y, mientras el mundo aplaude el nuevo “acercamiento diplomático”, lo único que realmente se consolida es la impunidad envuelta en retórica.
El cinismo está servido, y lo peor es que ya ni se molestan en ocultarlo.
@BienvenidoR_D
@bienvenidocheco
bienvenidocheco@hotmail.com
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