❝Ay de los que decretan leyes injustas y prescriben tiranía para oprimir al pobre.❞
Isaías 10:1-2
Vuelve el todopoderoso Tío Sam a marcar territorio en el Caribe, ese viejo patio trasero que nunca dejó de serlo, con el mismo guión imperial de siempre "salvar la democracia, preservar la seguridad, defender la libertad", se pasea con su arsenal, sus portaaviones y sus sonrisas diplomáticas de manual, el Caribe vuelve a ser tablero y no jugador y, lo más triste es que lo asumimos con naturalidad, casi con gratitud, como si nuestra subordinación fuera parte del orden natural de las cosas.Hemos regresado a los años 70 y 80, aquellos tiempos en que los golpes de Estado, las invasiones y las intervenciones eran rutina bajo la bendición de Washington, detrás de cada dictadura funcional y cada república amaestrada, siempre estuvo la mano del norte: firme, calculadora, invisible, los discursos cambiaron, los métodos se maquillaron, pero el fondo sigue intacto.
Ahora las armas se disfrazan de misiones humanitarias, las presiones políticas se llaman cooperación internacional, y el chantaje financiero se vende como “asistencia técnica”.
Mientras tanto, en República Dominicana, el silencio es más ruidoso que nunca, un presidente que calla, un canciller que aplaude (quizás temerosos de que nos quiten la sede de una porquería llamada "cumbre de las Américas", y una clase política que confunde la prudencia con la sumisión, es el viejo complejo del sirviente: ese miedo a incomodar al amo, no sea que se moleste y nos retire la visa o el préstamo. Nos vendieron la dignidad a cambio de un titular en inglés y una foto sonriente en el Palacio Nacional.
Volvimos a los 70, sí, pero más envejecidos, más domesticados, más dóciles, nuestra sociedad se ha envilecido hasta el punto de creerse libre porque puede insultar en redes sociales, mientras acepta sin resistencia que el poder real se decida fuera de nuestras fronteras.
El pensamiento crítico se ha vuelto peligroso, el disenso sospechoso, y la inteligencia una rareza mal vista. Basta tener una opinión distinta para que te tilden de “comunista”, “terrorista” o "la etiqueta más reciente" (narcotraficante).
La estigmatización se ha institucionalizado: quien cuestione el poder es enemigo del progreso, y quien no se pliegue al relato oficial, es traidor a la patria.
Esa caricatura de ciudadanía la venimos cargando desde hace décadas, no hay que ir muy lejos: en el debate televisado del 17 de diciembre de 1962, el pintoresco Lautico García creyó que podía desacreditar a Juan Bosch acusándolo de comunista, sesenta años después, seguimos en el mismo punto, la palabra “comunista” se usa como garrote, sin entender siquiera su significado, pero sirve: sirve para infundir miedo, para dividir, para distraer.
Lo que no sirve es el pensamiento libre.
Lo que no sirve es el ciudadano que se atreve a mirar de frente al poder y llamarle por su nombre, porque el sistema no tolera conciencia, solo obediencia.
El Caribe "esta región de música, poesía y resistencia" ha sido reducida a un corredor de intereses estratégicos, se habla de soberanía, pero la política exterior se dicta desde embajadas extranjeras, se habla de desarrollo, pero el precio lo fijan los organismos multilaterales, se habla de democracia, pero los pueblos solo votan lo que les permiten.
El Caribe, en su tragicomedia política, repite el mismo acto con actores distintos, la risa en la superficie, la humillación en el fondo.
Los nuevos colonialismos no necesitan cañoneras.
Les basta con un tratado de libre comercio, una base militar o una amenaza velada en el Consejo de Seguridad y, nosotros, que alguna vez gritamos independencia, ahora aplaudimos el tutelaje como si fuera progreso.
El Caribe está bajo ataque, pero no solo por misiles ni portaaviones, está bajo ataque por la ignorancia colectiva, por la cobardía política y por la pérdida del sentido moral, hemos aceptado la subordinación como parte de nuestra identidad, nos vendieron el mito del “socio estratégico” y lo compramos sin leer la letra pequeña, siempre fuimos los empleados del negocio, nunca los socios.
Mientras tanto, los mismos que entregan el país a cambio de favores diplomáticos, son los que acusan de antipatriota a quien los señala. Esa es la paradoja del Caribe moderno: quienes más se llenan la boca con la palabra patria, son los que más la negocian.
Y así seguimos, bailando al ritmo del tambor que no tocamos, creyendo que somos protagonistas de una historia que otros escriben.
Volvimos a los 70, pero peor: con menos coraje, menos memoria y menos vergüenza.
@BienvenidoR_D
@bienvenidocheco
bienvenidocheco@hotmail.com


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